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junio 27, 2016

Y yo,
que me quedo suspendido en la distancia
—de nuestros cuerpos—,
no hago más que mirarla.
Empiezo a detallarla de a pocos,
a guardar un pedacito mental de lo que me ofrece,
y me descubro observándola de regreso
—como se suele ver aquello que le hace perder a uno hasta la cuenta—.

¿Cuántas veces voy ya anhelando sus labios?

Que no lo note.
Que no lo note.
Que no…
Que me bese.
Que me bese.
Que me bese.

Esto es lo curioso de tenerla conmigo,
de pasar tiempo con ella;
esto es lo curioso de quererla.

Puede alborotarlo todo y alborotarme tanto,
a tal punto,
que me preocupa mucho más perderla de vista,
perder su magia de vista
que detenerme a ordenarlo todo y ordenarme a mí.


No importa cuántas veces la mire,
no importa cuánta distancia me auto-imponga,
siempre consigue tener este efecto en mí,
siempre consigue causarme esto: nervios.